La enseñanza es parte de cualquier ministerio que Dios nos demande. Enseñar es abrir las ventanas del conocimiento al mundo.

La educación cristiana fortalece a la grey de Dios. Evita la falta de crecimiento en los creyentes. Nos conduce por sendas verdaderas, previniendo errores doctrinales.

Cuando el Señor Jesús dejó la Gran Comisión a sus discípulos dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…”

Vemos que El puso no sólo el énfasis en ir a hacer discípulos, sino también le dio importancia a la enseñanza que debían recibir éstos para cumplir con lo que demanda la vida cristiana. Podría comparar esta verdad con la ilustración de dos líneas paralelas. Para que sean paralelas, siempre deben encontrarse en el mismo plano, a igual distancia una de la otra. El reino de Cristo sobre la tierra tiene también dos líneas paralelas: la evangelización y la enseñanza.

Quien se atreva a romper este orden divino, quebrará el equilibrio de los dos servicios paralelos y la iglesia de Cristo perderá su fuerza de crecimiento (el evangelismo) y abandonará la solidez que le da el fundamento de Cristo (la enseñanza).

Observamos en la Biblia el constante cuidado de Dios sobre la formación espiritual de su pueblo. Desde el momento que el pueblo de Israel entró a la tierra prometida, Dios le ordenó: “Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan y teman a Jehová vuestro Dios y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley”(Deuteronomio 31:12).

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